Castigos infantiles
En la tarea de educar a nuestros hijos nos encontramos
siempre ante situaciones complicadas por diversos motivos; uno de ellos es su
mal comportamiento, ya sea puntual o habitual. Para reconducirles podemos
utilizar diferentes vías: el diálogo, reforzar las conductas correctas o
castigar aquellas que se quieren extinguir.
Cada una de estas opciones tiene sus ventajas y sus
inconvenientes, lo más aconsejable es saber combinarlas de la
manera correcta para conseguir un comportamiento lo más adecuado
posible. No debemos olvidar que son niños y, por tanto, su capacidad emocional
y de autocontrol está menos desarrollada que en los adultos, por lo que no
podemos esperar un comportamiento perfecto.
Un aspecto clave a la hora de tratar de modificar las
conductas disruptivas de los niños es recordar que no hay dos niños iguales. Si
una cosa funciona para uno, para otro no necesariamente tiene que valer. La
educación no es una ciencia exacta. No hay fórmulas mágicas que siempre
resulten.
¿Cuándo hay que atajar comportamientos inadecuados del niño?
Desde los primeros meses de vida de nuestros hijos, podemos
mostrarles nuestro descontento con sus actitudes incorrectas, puesto que son
capaces de diferenciar nuestros tipos de entonación. De todos modos, durante
casi los primeros dos años debemos ser conscientes de que el niño no entiende
ni los motivos de una riña ni los de un castigo, por lo que lo más conveniente
es que simplemente demostremos mediante la entonación el enfado sin que resulte
muy agresivo, para evitar que el pequeño sienta miedo hacia una de sus figuras
de apoyo.
A partir de los dos años los niños ya empiezan a ampliar
enormemente su comprensión y expresión lingüística, por lo que, a partir de
aquí, debemos ir explicándoles las reglas, los castigos y sus motivos con un
lenguaje adecuado a su edad. Igualmente, a partir de esta época podremos
empezar ya con algunas técnicas sencillas de modificación de la conducta si
fuera necesario.
La situación ideal es poder mejorar las actitudes erróneas
de nuestros hijos mediante el diálogo o, en su defecto, aplicando una
alternativa positiva a su comportamiento; pero hay algunas situaciones en las
que se debe inexorablemente castigar:
Si su mala conducta
provoca en él una satisfacción mayor que cualquier recompensa que podamos
ofrecerle para evitar esa forma de actuar.
Si el niño está
teniendo un comportamiento en el que peligra su integridad física o la de otras
personas debemos rápidamente castigarle y no dejar que pueda pasar algo más
grave, que terminaría igualmente en un castigo, pero más severo.
Por último, los
padres deben tener en cuenta que el castigo tiene que ser algo excepcional, que
al niño le suponga una situación diferente, para que entienda que su conducta
ha sido excesiva. Si el crío es castigado con demasiada frecuencia, lo único
que se conseguirá es que se habitúe a ellos y que pierdan su utilidad.
Fuente: Web consultas. Tu centro médico online
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