Cuáles son los valores que debemos enseñar a nuestros hijos?


Entrevista a Francesc Torralba, filósofo, teólogo, escritor y profesor de universidad.

Cuáles son los valores que debemos enseñar a nuestros hijos?

Yo creo que son tres: el valor del esfuerzo (con tenacidad y constancia), el de la humildad y el de la prudencia.

¿La prudencia?

La prudencia es la capacidad para tomar decisiones de una manera sensata, valorando cada oferta y viendo las consecuencias nocivas que puede tener. Si les enseñamos a ser prudentes no estaremos preocupados a las tres de la madrugada en la salida de una discoteca porque el joven ya sabrá si debe subir al coche de un conductor bebido o no, si ha de tener una relación sexual en según qué condiciones o no, o si debe comprar o no a un vendedor de éxtasis. Si los hijos no han aprendido a ser prudentes, difícilmente los padres podrán dormir.

«No puedes exigir a un hijo lo que no te exiges a ti mismo»

¿Esto cómo debemos hacerlo, los padres?

Los conocimientos se transmiten repitiendo, pero los valores no se transmiten hablando ni repitiendo. Los valores se transmiten con el entorno, en un contexto y en las diferentes situaciones del día a día, yendo de excursión y agradeciendo el buen tiempo, por ejemplo, haciendo deporte y esforzándose juntos o cenando juntos mientras pedimos por favor que nos pasen el agua o dando las gracias porque la sopa estaba fantástica.

«Los hijos deben ver que hay un esfuerzo por ser coherente»

¿Y con el ejemplo?

Efectivamente, a través del ejemplo se pueden transmitir todos los valores. La coherencia y la ejemplaridad en las situaciones de vida que nos encontramos son la base de la transmisión de valores. Los hijos deben ver que hay un esfuerzo por ser coherente. Si tú le dices que "tienes que perdonar" pero mamá y papá hace días que no se hablan por una discusión, no tienes autoridad moral para exigir lo que no te exiges a ti mismo.

¿Puede poner otro ejemplo?

El consumo. Si tú le dices a un niño "debes ser ahorrador, más austero" y tú te cambias de móvil cada seis meses, la incoherencia es total.

«Una persona humilde reconoce cuáles son los propios límites y sus dificultades, y tiene la capacidad de pedir ayuda»

 

¿Hemos perdido la humildad?

La humildad es conocer los propios límites y las propias posibilidades, lo cual no tiene nada que ver con la baja autoestima o con despreciarse. Una persona humilde reconoce cuáles son los propios límites, sus dificultades y tiene suficiente capacidad para pedir ayuda, para aceptar que los demás son superiores en algunos campos aunque no en todos. La humildad es aquella capacidad de reconocer que no lo sé todo, que no lo hago todo bien y que necesito de los demás y de su correctivo. En cambio, el que tiene una crisis de autoestima es aquel que no reconoce ninguna posibilidad en sí mismo, ningún talento, que no saldrá adelante. En definitiva, que está siempre autodestruyéndose. La humildad es una virtud. La crisis de autoestima es un defecto. La humildad es la autovaloración justa de uno mismo.

Los padres también debemos practicar los tres valores, ¿no?

¡Claro! Los padres deben ejercer estos tres valores básicos: el esfuerzo, la prudencia y la humildad, en la esfera de la protección que es la familiar. Si los ejercitamos en la familia, los hijos lo aprenderán de una manera más fácil.

Si un niño no ha trabajado el valor del esfuerzo, ¿qué le pasará cuando sea mayor?

Pues le ocurrirá que difícilmente acabará realizando algún proyecto.

«El error es pensar que uno puede desarrollar un proyecto sin esfuerzo»

¿Cómo se sentirá?

Frustrado. Cualquier proyecto necesita esfuerzo: un proyecto de trabajo, de pareja, económico o de amistad. Si este valor no queda bien incorporado en la personalidad, ese niño pronto se desinflará. El primer día irá a entrenar pero al tercero ya no le apetecerá porque llueve o hace frío. O empezará a estudiar inglés pero el segundo día dirá que prefiere estar en el sofá de casa. Cuando cambie de instituto se cansará de llamar a los amigos de siempre, lo dejará e irá perdiendo amigos y perdiendo capacidades. El error es pensar que uno puede desarrollar un proyecto sin esfuerzo.

¿Cómo se enseña el esfuerzo?

Debe entrenarse. Empezamos muy pequeños: "tú puedes abrocharte el botón, tú puedes ponerte el zapato solo"... y esto se debe hacer aunque tengamos prisa. Debemos dejar que empiecen a hacer cosas. "¿Tú crees que ya puedes poner la mesa? Pues comienzas hoy". El esfuerzo sólo se enseña poniendo pequeñas contrariedades diarias a los hijos. Si uno está entrenado a saltar obstáculos ya no le resulta difícil saltar uno más. Pero si al hijo le hacemos vivir en una burbuja de sobreprotección, una burbuja de Itaca ideal donde tiene todo a su alcance, esta burbuja algún día se pinchará. Todas las personas debemos buscarnos la vida, mejor estar preparado para no hundirnos.

¿La sobreprotección puede llegar a corroer el carácter de nuestro hijo?

Sí, esto es lo que se llama la corrosión del carácter porque acaba no teniendo carácter y eso es dramático. Tampoco hay que poner obstáculos inalcanzables porque entonces los frustras. Es como ir en bicicleta, hay un momento en que el padre quita las ruedas y el niño cae y la tentación que tenemos es volver a poner, pues no, que vuelva a subir y coja impulso.

Nadie aprende a hablar una lengua el primer día, nadie aprende a ser médico en un día. Se aprende a base de repetir y repetir muchas veces el mismo. La repetición es básica. Pero en nuestra sociedad le repugna la repetición, le cansa. Entonces qué pasa? No escriben bien, no leen bien...

¿No expresan bien los pensamientos y las emociones en voz alta?

¿Cuántas veces expresan pensamientos y emociones en voz alta desde el día que entraron en la escuela? Si sólo tienen 500 palabras en la cabeza, ¿cómo pueden expresar que están enamorados, que están tristes, que están alegres o deprimidos? ¡Les faltan palabras y agilidad para usarlas! El esfuerzo es repetición sobre el mismo punto, la repetición es fatiga pero no hay otro remedio.

«La excelencia es esfuerzo y humildad sobre un talento que te es dado»

Pero también hay alumnos excelentes…

La excelencia es esfuerzo y humildad sobre un talento que te es dado. Con talento solo no basta y con esfuerzo solo tampoco es suficiente para llegar a la excelencia.

Debemos enseñar a nuestros hijos y alumnos a descubrir los talentos, porque no todos valemos para lo mismo. El talento es lo único que no decidimos, y por mucho que te esfuerces nunca serás un gran dibujante si no tienes talento.

¿Hay muchos talentos escondidos?

Efectivamente. ¿Cuántas veces en instituciones educativas nos ha pasado por delante un talento oculto y nadie lo ha visto? Aquel individuo se ha abierto camino de forma autodidacta y un buen día sale en la contra de La Vanguardia, pero nadie se dio cuenta de que era un escritor o un humorista en potencia. Que la escuela no identifique el talento emergente es dramático.

 ¿Cómo puede la escuela identificarlo?

Con ratios más pequeñas. En la Universidad Ramon Llull estamos en contacto con las universidades británicas de Oxford y Cambridge. ¡Allí aplican el plan Bolonia desde el siglo XII! con 15 alumnos máximo por curso y con un seguimiento muy individualizado. Somos nosotros los que ponemos 140 alumnos en primero de Derecho. Claro, no es lo mismo un abogado de Oxford que el de aquí, porque aquel ha aprendido a defender una idea, a discutir y a escuchar a los compañeros.

 «Saber para qué vales es básico»

Los maestros, ¿cómo lo pueden hacer?

En el marco que tenemos nosotros, con ratios altas, debemos trabajar de forma evolutiva el autoconocimiento (desde P3 hasta segundo de bachillerato). El reto sería que el alumno, cuando termine el bachillerato, sepa cuáles son sus capacidades, sus talentos y también sus límites. Es la inteligencia intrapersonal, conocimiento de uno mismo. La tutoría es muy importante ya que alguien tiene que ayudar a hacerte ver y deshacer la imagen ficticia que tienes de ti mismo, y también observar tu potencial: don de gentes, capacidad de liderazgo, de conducir un partido político o una organización...
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